lunes, 28 de mayo de 2012

Sobre Tabucchi, el humor y la elegancia de los melancólicos

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Jorge Herralde conoció a Antonio Tabucchi en 1965. Desde ese entonces, nunca dejó de ser su editor, tampoco su amigo. Compartieron lo que suelen quienes  aprenden a tratarse con la literatura como nexo: la palabra, el tiempo y la mezcla de ambos en el resultado final de los libros que otros leen.


Compartieron  juntos, editor y autor, los mejores años para Tabucchi, cuando, en 1994, la novela Sostiene Pereira le dio el empujón final para la rendición total de la crítica a su escritura y un Marcelo Mastroianni ya no muy joven interpretaba la que sería una de sus últimas películas al dar vida en el cine a Pereira:  un periodista dedicado durante toda su vida a la sección de sucesos, que recibe el encargo de dirigir la página cultural de un mediocre periódico, el Lisboa, en el Portugal de Antonio De Oliveira Salazar.

"Recuerdo la presentacion con Mastroianni y Antonio. Sostiene Pereira fue uno de sus mejores libros, pero esa película fue sólo una correcta ilustración de una novela que mostró al Tabuchi más político”, dijo Jorge Herralde al hablar del autor en el Homenaje se le hizo al escritor italiano en la Feria del libro de Madrid 2012 y al que Herralde acudió con lo puesto, de memoria, sin preparar nada.

Sobre el Tabucchi más comprometido, dijo Herralde: "Él no se consideraba un militante a tiempo completo y sin embargo todos conocimos su férrea oposición al Berlusconismo, por la que fue conveniente represariado. Con respecto a los compromisos como ciudadano, él se consideraba un intelectual esporádico, pero en verdad era tenaz en sus actitudes políticas.

"El humor es la elegancia de los melancólicos, dijo refiriéndose a Tabucchi, Bernard Commut"
Habló el editor catalán del carácter “mercurial” de Tabucchi; se refirió a su humor y su melancolía; a su fragilidad y su tenacidad. Contó varias de las legendarias ”espantás” con las que Tabucchi solía largarse  de improviso, una de las últimas en un hotel en Ciudad de México; un episodio del que Herralde recuerda ya no detalles sino impresiones. “Tabucchi abrazó como pocos el desasosiego vital que aprendió de Pessoa, en él se daba esa conexión vital, intermitente entre creación y angustia”.

Refirióse el editor a un Tabucchi fragmentado y personal, alguien con quien  compartió incluso el último libro que publicaría en su sello, Viajes y otros viajes (2012), un ejemplar editado por Anagrama y que reúne una antología de textos que resumen la pasión del escritor italiano por los viajes y que se publicó, además,  justo en el año en que el novelista haría su viaje más largo e imprevisto.

Cuenta Herralde que durante el funeral de Tabucchi, en el cementerio Dos Prazeres, el camposanto que albergó por primera vez los restos de Fernando Pessoa en 1935 y en el que unos meses atrás, Bernard Communt , el traductor al francés del novelista dijo, refiriéndose el autor de Requiem: "el humor es la elegancia de los melancólicos, dijo Bernard... Y así vivía Tabucchi, entre un gran sentido del humor con accesos de depresión", recordó Herralde.

sábado, 26 de mayo de 2012

Los libreros que hicieron leer Houellebecq a Felipe de Borbón

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Es la primera librería de un recorrido que tendrá doce paradas, según ha entregado la agenda de prensa de la Casa Real. Son las doce y cuarto de un viernes sin lectores. Abundan los curiosos –señoras, casi todas mayores de setenta- y estudiantes dispuestos a no permitir que el Ministro de Educación José Ignacio Wert inaugure la Feria del Libro de Madrid -al menos no sin algo de bochorno-.

La Princesa Letizia intenta ver las novedades. El calor, los ministros trajeados de riguroso negro y raya diplomática, y los guardaespaldas no se lo permiten. En la caseta de la Librería Muga, la Princesa de Asturias busca un ejemplar. Quiere llevarse Libertad, de Jonathan Franzen. Uno de los dos jóvenes libreros que lleva el negocio apenas tienes que buscarlo, está a la mano. Ha sido la novedad estos meses entre los lectores cultos y los suplementos literarios.

A diferencia de los demás expositores y colegas, los libreros de Muga no regalaron las novelas a los príncipes. 'Me parece justo que los compren', dijo el librero.
“Es la selección de alguien que lee”, dice el librero de la caseta 126. En ésta, a diferencia de las casetas institucionales donde ya han estado sus altezas, nadie les obsequia con ejemplares. Lo que quieran tendrán que comprarlo. “No me parece que tengamos que regalar nada, no somos una editorial, no tenemos que hacer promoción. Nos parece más adecuado que lo compren”, dice el joven librero de barba espesa que atiende al otro lado de una mesa llena de libros.

Alrededor, en el Paseo de Coches del Retiro, un grupo de exaltados estudiantes defiende la Universidad Pública e increpa al ministro sobre los recortes. Wert, como es costumbre, pasea con sonrisa torera. No presta atención a la lluvia de cánticos que le corta el paso. “¡Menos policía y más educación. Menos policía y más educación!”.

Vestido con un traje claro a juego con su metro noventa a lo De Gaulle, el Príncipe de Asturias examina, también, las novedades editoriales. Él, a diferencia su mujer, no mira las carátulas con los ojos vacíos. Algo de vida hay dentro de sus cuencas nobles y razonablemente campechanas. Ríe Felipe de Borbón. Habla sobre la crisis y pregunta por un libro que le sirva de guía en estos tiempos de estragos.

El librero se decide por Michel Houellebecq, lo más granado y venenoso que han dado de sí las letras francesas en los últimos 20 años. Tras su publicación, sus novelas Las partículas elementales y Plataforma se convirtieron en hitos de la nueva narrativa francesa de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Citando a Wikipedia, tal y como lo haría el francés en su paródico y último libro –el que el Príncipe está por llevarse-: “ambas le otorgaron cierta consideración literaria pero también dieron lugar al llamado fenómeno Houellebecq, que provocó numerosos y apasionados debates en la prensa internacional”.
Sobre uno de los autores más políticamente incorrectos,  el librero manifestó: "El Príncipe me pidió algo que hablara de la crisis y este s un libro que habla sobre el fin del capitalismo. Podría gustarle, ¿a que sí?”, dijo con una sonrisa irónica.
Lo que se llama el  «fenómeno Houellebecq» es una especie de existencialismo a la inversa; un estar en contra todo sin entusiasmos ni militancias. Un pensamiento políticamente incorrecto, decidido a hacer trizas  los buenismos occidentales,  revelaron al Goncourt, según algunos, como a un escritor xenófobo, decadente y misógino. Una literatura dura que puede por igual sacarle los colores a un lector conservador. Corrección. A cualquier lector.

“Nunca le habría recomendado Las partículas elementales ni Plataforma –dice el librero-. Me pidió un libro que hablara sobre la crisis y me pareció que Houellebecq era apropiado”, afirma uno de los responsables de la Librería Muga con una naturalidad que, o es así, como las risotadas que no suenan, o simplemente intenta tomar el pelo al periodista que husmea en los restos de una visita oficial. ¿Houellebecq? ¿Houellebecq para un heredero a la corona española? “Creo que sí. Es un libro que habla sobre el fin del capitalismo. Podría gustarle, ¿a que sí?”.

Al momento de rematar faena, los libreros llevan la mano a la caja. Los Príncipes se ven obligados, ay Dios, a llevarse las suyas a los bolsillos y a pagar dos ejemplares que, parecían, contarían como regalo de la visita oficial. ¿En qué tiempo leerá el Príncipe Mapa y Territorio? ¿Disfrutará de las ácidas estampas de Jed y sus fotografías de la guía Michelín o del mano a mano Jeff Koons/ Damien Hirst?

Una mujer de edad mayor ha logrado colarse entre los curiosos. Lleva una libreta y apunta con cuidado cada una de las cosas que ve a lo largo de la visita real. Se acerca a la Princesa de Asturias, que la escucha con una atención robótica. “Princesa… es usted muy guapa, la he estado siguiendo toda la visita, toda, toda la visita. He apuntado los libros que le han regalado y las cosas que ha dicho”.

Uno de los guardaespaldas intenta tirar del brazo de la mujer. La Princesa Letizia le pide que la deje. Escucha, asiente, sonríe con unas comisuras extrañas, convincentes pero no tanto: “¿Está haciendo usted una crónica de la visita?”, pregunta la Princesa que hasta hace ocho años atrás presentaba los informativos de la Uno. La mujer y ella charlan algo más. Mejor dicho. Ella habla son parar a su Alteza. La mujer quiere hacerse una foto. Lleva la cámara preparada. Seguridad no lo permite.

Son casi la una de una mañana calurosa. El Ministro de Educación no suda. No derrama ni una delgada gota de sudor, como mucho se asoma sobre el delgado hombro de la Princesa de Asturias para olisquear qué libros mira su alteza. A su alrededor, los estudiantes le acompañan, fieles, para hacer de su visita un inolvidable paseíllo entre libros, árboles e insultos.

Los Príncipes han comprado sus primeros libros del día; los libreros han vendido los suyos. La mañana no pinta mal y Houellebecq viaja, en la bolsa de un edecán a la biblioteca de un Príncipe de los que el autor de Mapa y territorio seguramente escribiría barbaridades en algunas las páginas que le han valido la fama y la controversia.

martes, 22 de mayo de 2012

¿Imaginan los matadores cuando caminan como garzas?


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                                                                                      Concha González Colilla
A Concha, por otra tarde como ésta 

La luz no va a retroceder en Sol y sombra esta tarde; los rayos no han llegado siquiera hasta el tendido y no lo harán. Una nube pesada y gris cubre por completo la plaza. El festejo aún no comienza y el agua cae con fuerza sobre las gradas de LasVentas.
Desde la fila 25 del Tendido 2, la arena luce blanda, boba como una Fontaneda, y toca esperar a que el ruedo entone un color más vivo. Los músicos de la banda afinan a destiempo sus instrumentos. Y por encima de las andanadas quedan las nubes negras. A veces golpea el viento con raro olor a tripas y puros. A las siete y cuarto asoma el Alguacil. Avanza el pasodoble y el paseíllo. La corrida ha comenzado.
En su Muerte en la tarde (1932), escribió Hemingway, quien sintió por los toros lo que con el vino -un amor expansivo y furioso- que en los toros no sólo se aprende a ver el peligro, sino también a estimarlo. Algo de eso murmura la plaza esta tarde -hoy más que otras veces-.

"Escribió Hemingway que en los toros no sólo se aprende a ver el peligro, sino también a estimarlo"
El ruedo se ha vuelto un raro pozo pardo, demasiado baboso y movedizo. El primer ejemplar, de seiscientos kilos, sale trotón a despeinar la arena encharcada. El cielo se antoja furioso y el Fundi, primer matador de la tarde, más que irascible parece decepcionado. Lo será aún más su breve y deslucida faena de fin de carrera.
La primera bestia de la tarde,  perdonada por el descabello de la mala puntería, es arrastrada por las mulas hacia el desolladero. Un largo surco rojo marca el camino que deja su cuerpo en trecho hacia las puertas. Suena, creo, Amparito Roca, y algo que podría ser un látigo despide a las bestias hacia el callejón.
El agua cae invariablemente sobre el ruedo empozado. Las bombillas insisten en hacer más inquietas las lentejuelas de la chaqueta de José Ignacio Uceda Leal , un madrileño de Usera que tomó la alternativa y la confirmó hace 16 años en esta plaza y que ahora se pasea por su centro con un traje color oro y azul rey.
¿Qué piensan los toreros cuando caminan como garzas sosteniendo su capa, en el centro del plaza? ¿Imaginan los matadores? ¿A quiénes se reservan cuando se mueven en círculos frente al toro prieto que resopla antes de bailar entre verónicas?
Un trueno recuerda el humor del cielo, que se antoja ahora sí furibundo. Entra el tercio del picadores, con su corbata negra de tirilla, su chaqueta bordada y la espalda erguida sobre el caballo de talla imposible. Miro la corrida desde arriba, desde donde viene el agua, y continúo preguntándome, ¿qué piensan los toreros, cuando caminan como garzas?

" ¿Imaginan los matadores? ¿A quiénes se reservan cuando se mueven en círculos frente al toro prieto que resopla antes de bailar entre verónicas?"
El tendido siete gruñe. La plaza entera riñe, como de costumbre,  al picador. Vale ya. ¡Que te lo cargas! La sangre bruñe la piel del toro, que ahora brilla en rojo bruto sobre el pelo oscuro. Me gusta ver el lomo abierto y jadeante del animal. Disfruto del silencio que está a punto de aparecer tanto como de los ribetes borgoña con los  que comienza a teñirse la arena al contacto de la lluvia con la sangre.
Los banderilleros ejecutan su tercio, y como de toros sé lo que voy aprendiendo, echo en falta, como siempre en estos momentos, a David Fandila, el Fandi. No he podido soltar el paraguas desde que comenzó la corrida, pero tampoco he notado mayormente el esfuerzo al sostenerlo. No sé qué hora es. Tampoco me interesa.
Aún no se esconde la luz de la tarde y la que proyectan las bombillas de la plaza brilla lo suficiente para arrancar destellos del traje de Uceda Leal, que avanza serio, chulo, con las piernas lentas, el capote en mano, llevando al toro ahí, al centro de la plaza, donde quiere torearlo. Las Ventas va despertándose en aplausos y un trueno cierra la ovación como un aviso.
Uceda Leal va a corregir la tarde. La que hasta ahora ha sido poca y pésima. Llueve a cántaros y la cabellera y el traje entero del torero reciben el agua, que arrecia justo en el momento en que comienza la muleta y con su hipnosis de pases y brega. Justo en el centro de la tarde, cuando el negro animal y el lustroso matador parecen el broche de una rara y brillante diadema.
Y es ahí, justo ahí, en el momento previo al segundo trueno cuando todo brilla. La espada al fin descubierta, la cabeza humillada y oscura,  la brecha del lomo abierto, la arena sobre la que el agua de pronto se hace cristalina y los ribetes rojos producen que, al final de la tarde,  la sangre parezca más sangre y el peligro no sólo luzca real sino hermoso. 
Y entonces me pregunto… ¿En qué piensan los toreros cuando caminan como garzas sosteniendo la franela roja de su capote?¿Adónde viajan los matadores, en el centro de la plaza, al final de la tarde? ¿Adónde?

jueves, 17 de mayo de 2012

Caracas, ciudad de despedidas (Subtítulos)

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No espero que tengan la razón. Tampoco que estén en lo cierto. Los escucho porque algo en ellos me resulta tan remoto como familiar. A medida que avanza el buffer, de lo único que estoy segura es que de los chicos que ahora escucho apenas habían nacido cuando los saqueos del Caracazo. Como mucho cursarían maternal cuando la Corte Suprema de Justicia juzgó aCarlos Andrés Pérez y apenas estarían en primer grado, si acaso, cuando quebró el Banco Latino. No más.
Los que hablan son, en total, siete. De ellos, cinco se han ido del país. Los dos que permanecen hacen una bisagra imposible: el hundido muchacho que habita un pantano del que todos se marchan y un bonachón mancebo a quien la ciudad le sigue pareciendo un remanso de cervezas, colegas y pachanga. En el medio quedan los cinco migrantes y su particular colección de fobias nacionales sin resolver.
Los que se han marchado no lucen manifiestamente felices. Están bien. Describen lo que son ahora. Lo que dejaron atrás: caos, suciedad, hampa, miedo, una montaña, aquel cielo, estas cosas que no saben cómo nombrar; también lo que echan de menos: amigos, pertenencia, recuerdos, casa. Se refieren a lo que serán cuando regresen, como un colorín colorado. Al hablar, finalizan sus frases con un latiguillo de interrogación. Su pesada lengua de bachillerato privado les aniña el habla y creo que, a veces, el corazón. 
Volverían, dicen, pero lo patrio –aunque sea lo que ansían- les resulta un lastre.  Cual Pérez Bonalde del Skype y las millas de Air Europa, los entrevistados confunden país con capital, y en ella vierten con la misma fuerza e intención, infancia y adultez, mierda y melancolía, afectos y miedo, la primera vez de todo con las ganas de no repetir jamás.

Todo esto lo explican mal. Bastante mal. ¿Para qué engañarnos? Sin embargo, la capacidad de expresarse guarda relación con la capacidad de dar nombre a lo que vivimos. Articular lenguaje supone la habilidad –adquirida o aprendida-  para generar y relacionar vivencias. ¿Qué edad tienen quienes hablan?Veintiuno, veinticuatro, ¿veintiséis? No más.  Con tan poca edad el repertorio me parece lo suficientemente confuso como para que el lenguaje se retraiga como la piel ante el frío.
En los últimos ocho años, el número de venezolanos fuera ha pasado de medio millón a  más de 850.000, según cifras oficiales. ¿El dígito de los apestados o los parias? ¿La foto de familia del país de los últimos 15 años? ¿La tribu de los redimidos o los cobardes? ¿Quién entiende al que se ha ido? ¿Él mismo? La ausencia total de discurso, la imposibilidad de asignar palabras a lo que estos muchachos piensan y sienten, es el argumento más potente de documental Caracas,Ciudad de despedidas, hecho por un grupo de jóvenes que intentaron reflexionar  sobre porqué tanto su generación deciden abandonar su país.
Minuto cuatro. Segundo 42. “Un día estaba en una despedida. Veía a todo el mundo. Y decía como que ‘Marico’. Estos son mis fines de semana. En esto se han convertido mis fines de semana.: puras despedidas. Ya no son que si fiestas, o reuniones en un local. Si no, verga, vamos a la despedida de tal’  Y hasta se volvió como algo bueno, ¿sabes?”. Escucho. Y aunque no pretendo que tengan la razón. Detengo el vídeo. Lo mismo nos ocurría. Lo mismo me ocurría a mí nueve meses o seis antes de marcharme hace ya seis años. Aún no he regresado.